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Un aperitivo

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Benavente - Fisterra

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Viaje hasta Benavente

1 de julio de 2011

Hemos quedado a las nueve de la mañana para salir. Pedro y yo, nos levantamos un poco antes para tomar un café con leche en el bar Oscense, nuestro punto habitual de cita cuando salimos con la bici. Me despido de mi mujer, Josete, con una sensación recurrente cada año, mezcla de ganas de partir y la de tristeza por dejar a la familia durante tantos días. Y es que cuando sabes que lo vas a pasar bien, te gustaría poder compartir esos momentos con ellos. Poco a poco van apareciendo por el bar los demás componentes del grupo y aprovechamos para despedirnos y dar un poco de envidia a Quique, su camarero.

Aparece la furgoneta y nos distribuimos en los coches: César, Manolo y Antonio en la furgoneta y Tere, Chavi, Michel, José Luis, Pedro y yo, en el monovolumen.

Pronto comienzan las bromas, fotos y comentarios graciosos. El viaje de ida siempre es ameno y nadie se duerme, hay una agradable tensión por ver lo que la ruta nos deparará.

Los kilómetros pasan deprisa y siempre llevamos delante a la furgoneta, que es la que marca la velocidad. En caso de que César se canse, tenemos que ser Michel, Antonio o yo, los que conduzcamos, pues somos los que la hemos alquilado.

Antes de llegar a Logroño, decidimos parar en un área de servicio para almorzar algo. Está repleta por una excursión de niños y de gente que inicia las vacaciones. Antes de entrar en el bar, veo un vendedor de la Once y le digo a César que tenemos que comprar un décimo, que tengo un pálpito. Compramos dos y si nos toca serán nueve millones de euros. Justo un millón por cabeza. Empezamos a soñar, mientras almorzamos, lo que íbamos a hacer con ese dinero. Desde luego alargar las vacaciones, como mínimo.

Reemprendemos la marcha y ninguno de los dos conductores quiere el relevo. Disfrutamos pasando junto al río Ebro por unas hoces abiertas por este en su discurrir y donde avistamos el posible camino que desciende este río. Ya planeamos para cuando lo hacemos. ¡Si es que nos faltan años, dinero y vacaciones para hacer todo lo que queremos y a cada uno se le ocurre! En poco rato, cruzamos Andalucía, hacemos la ruta de los conquistadores, etc. Por pedir que no quede.

Cuando llegamos a Burgos, parece que ya estamos cerca de destino. Craso error, el recorrido hasta León es muy largo y engaña. Como ya se hace tarde decidimos parar a comer.

Entramos en Sahagún, pueblo por el que Pedro y yo, hemos pasado en varias ocasiones durante nuestros Caminos de Santiago. Paramos la furgoneta junto al albergue y entramos a comer en el bar Robles, que al punto reconozco. Allí cenamos cuando pernoctamos en este pueblo en 2001. Está igual, salvo por los que nos atienden, que son una chica y un joven mozalbete.

A nosotros nos atendió una señora mayor y recuerdo que era una comida casera bastante buena. Cuando terminamos de comer, les comento esta circunstancia y me dice la chica que la mujer aún vive, que es la dueña, pero que desde ese año, el bar ha pasado por tres manos.

Miramos el mapa de carretera y vemos que hay una posibilidad de atajar para no tener que llegar hasta León. Así lo hacemos y nos encontramos con una carretera mala y saltarina, que se introduce en la castilla más típica. Campos inmensos de cereal, pocos árboles salvo en las riberas, y muchos pueblos de nombre curioso, muy cercanos los unos a los otros. Al final llegamos a Benavente, pero no estoy nada seguro de que hayamos ahorrado algo de tiempo, kilómetros sí, pero de autovía.

Encontramos el lugar donde reservamos las habitaciones, con rapidez. Está junto a una gran avenida, la principal del pueblo. Se llama Hostal La Trucha, pero tienen un hotel de tres estrellas, un restaurante y habitaciones para alquilar, que es lo que nosotros hemos reservado. Vamos, un compendio de alojamientos para cada precio. Nos dan las llaves del piso y las del garaje donde dejaremos las bicis. Buscamos este primero, para ver como es. Tardamos en encontrarlo y cuando lo vemos, no nos da seguridad. Mucha gente puede entrar y se cierra automáticamente, dejando un rato la puerta abierta. Decidimos por unanimidad que las bicis dormirán en la furgoneta y ésta, cerca del piso.  Este está distribuido en cuatro habitaciones de dos camas y una de tres que dejaremos a Tere. Una vez ubicados, subimos los equipajes. En realidad, no sé para qué, porque con la ropa del día siguiente y el material de aseo nos vale, pero somos así. El caso es que nueve personas subiendo tropecientas maletas por una escalera estrecha y un ascensor minúsculo, crean un caos y un ruido que debe asustar a cualquier vecino.

Después del viaje, una ducha reparadora y a recorrer las calles. Estamos en la parte alta de la ciudad, así que el camino es fácil. Bajamos la larga avenida de los Maragatos y entramos en centro de la ciudad. Recorremos sus calles repasando escaparates y todo lo que nos llama la atención. Llagamos a la plaza de España donde está el ayuntamiento y que tiene en el centro un mosaico con los ríos que rodean a la ciudad, Esla, Órbigo, Tera, ría y Cea. Junto a la plaza esta la iglesia de San Juan del Mercado, iniciada su construcción en el siglo XII. Su planta y cabecera de tres ábsides son románicas. El templo presenta tres interesantes portadas, destacando por su amplio desarrollo iconográfico la del sur o mediodía, que recoge en su tímpano y arquivoltas, bajo un gran arco apuntado y como tema principal, la Epifanía o Adoración de los Reyes. Realmente preciosa.

Seguimos paseando hasta llegar a la plaza de Gonzalo Silvela, de agradable recuerdo para Pedro, César, Chavi y yo. En ella descansamos durante un buen rato hace cinco años, cuando realizamos la Vía de la Plata. Nos hacemos unas fotos de recuerdo mientras rememoramos nuestras aventuras pasadas, como buenos abueletes porretas que somos.

Siguiendo nuestro periplo, llegamos hasta la iglesia de Santa María del Azogue. Su construcción se inicia en el siglo XII, aunque su conclusión abarca diferentes etapas y estilos. La planta general y la cabecera pertenecen al estilo románico. Presenta en su exterior cinco magníficos ábsides y dos magníficas portadas románicas. La fotografiamos desde todos los ángulos, pero no hay manera de que quepa en el encuadre.

Con un poquito de hambre, nos sentamos en unos veladores bastante concurridos y pedimos unas jarras de cerveza, Para nuestra sorpresa, vienen acompañadas de unas tiras de jamón serrano que desaparecen del plato por arte de magia. Chavi, entra en otro bar para ver el partido de tenis que juega Nadal.

Este aperitivo no hace otra cosa que abrirnos el apetito, así que decidimos ir a buscar un lugar para la cena. Al final lo encontramos en el restaurante Paraíso, pero aún debemos hacer hora porque la cena la sirven más tarde. Nos sentamos a la sombra de los árboles de una plaza con un paso elevado para superar la calle. Aprovechamos este rato para darle trabajo al móvil y llamar a casa.

Por fin llega la hora de la cena. Elegimos entre lo que nos ofrecen, poca cosa, y después de un rato de tertulia muy agradable, emprendemos el regreso al piso. Durante el trayecto me llaman la atención los carteles de las fiestas del toro enmaromado. Son polémicas y recientemente he visto reportajes en televisión. El origen del festejo, se halla situado en el contexto de la festividad del Corpus Christí, cuya celebración en la villa, ya tenía lugar en el siglo XV.

Antes de dormir, un ratito de charla con Pedro, mi compañero inseparable de habitación, mientras los ojos se cierran intentando imaginar cómo será lo que nos espera.

 

 

 

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